jueves, 11 de diciembre de 2008

5- DISCURSO DEL PRESIDENTE DEL CONSEJO DE ESTADO DE LA REPUBLICA DE CUBA, FIDEL CASTRO RUZ

Realmente aprecio mucho las cumbres iberoamericanas, todo el mérito que tienen. Aprecio, pues, las cumbres políticas; pero aprecio mucho también las cumbres intelectuales, y para mí eso son ustedes, especialmente intelectuales valientes, porque todos hemos pasado nuestro período especial. Ustedes han pasado estos años, y nosotros también; pero de estos años vamos a sacar una tremenda fuerza, hemos hecho nuestra la más hermosa y la más grandiosa de todas las causas, y sabemos que esas causas se defienden, se consolidan, avanzan y triunfan, a través de las ideas y a través de la trasmisión de ideas y de mensajes; a través de la trasmisión de verdades, para crear esos factores subjetivos que aceleran el curso de la historia, ya que no podemos esperar sencillamente a que estallen las sociedades, a que estalle el sistema frente a un mundo multimillonario en habitantes, que no sepa ni qué pasa, que no sepa ni qué pensar, ni sepa qué hacer, ni a qué atenerse, y ni siquiera si existe una posibilidad o una esperanza.

Los que creemos de verdad que existe una posibilidad o una esperanza, fundada en razones sólidas, podemos trasmitir esa esperanza, podemos persuadir de esa posibilidad: hagamos nuestro trabajo. Y no es cosa de partidos, ni significa esto que estemos contra los partidos; mientras más haya, y verdaderamente de izquierda, mejor, porque ni están todos los que son ni son todos los que están.

Recordaba un cablecito leído en estos días. Leí que hasta, incluso, al Partido Demócrata, digamos, por ejemplo, el de la guerra de Viet Nam, el de la invasión de Bahía de Cochinos, el del bloqueo a Cuba, que lo creó, y fue apoyado por los sucesivos presidentes del mismo partido... Digo el mismo partido, porque tanto el Demócrata como el Republicano son tan exactamente iguales, que han constituido un verdadero sistema monopartidista, o, digamos, el más perfecto sistema monopartidista que existe en el mundo, a través de ese fabuloso mecanismo de dos partidos tan iguales como dos gotas de agua.

A uno de esos dos partidos, hermanos gemelos, gemelos monovitelinos —y ustedes saben que esos gemelos, por si a alguno se le ha olvidado, son aquellos que nacen de un solo óvulo que se divide en dos partes, y son tan igualitos que pueden prestarse a confusiones y a intercambio de esposos o de esposas, si les da por vivir en una misma residencia—, el Partido Demócrata de Estados Unidos, lo mencionaron con bastante fuerza en un reciente congreso de la Internacional Socialista como posible candidato al ingreso; sí, el de la Torricelli y la Helms-Burton, el promotor y todavía sostenedor del bloqueo genocida contra Cuba, a pesar de que muchos de sus miembros salvan el honor de oponerse a tan monstruoso crimen. Dejando a un lado brutales guerras genocidas, como la que acaba de tener lugar en Europa y nuevas concepciones estratégicas de la OTAN, se supone que ese movimiento representa una parte importante de la izquierda mundial en incontenible avance hacia el porvenir, hacia el progreso, hacia la justicia, hacia la democracia, hacia la libertad. ¡Cuánto hemos avanzado por terceras y confusas vías!

Realmente, con todos sus defectos, preferimos nuestro socialismo (Aplausos); preferimos el totalitarismo de la verdad, de la justicia, de la sinceridad, de la autenticidad, el totalitarismo de los sentimientos verdaderamente humanitarios, el totalitarismo del tipo de multipartidismo que nosotros practicamos.

Preferimos el totalitarismo de ocho millones de partidos, y ocho millones de partidos unidos, porque postulan y porque eligen, porque trazan pautas, porque aprueban y apoyan políticas, y porque las discuten desde la base hasta las más altas instituciones del Estado. Es preferible a 80 partidos, o es preferible al milagro de dos partidos en uno, que tiranizan a la sociedad norteamericana, ejemplo luminoso, faro y guía para el mundo.

Es preferible ser ciegos para no ver jamás esa luz, y marchar caminando incluso solos, sin un perro que nos acompañe, porque hasta nuestros propios pies, nuestro propio instinto nos llevaría a seguir por el camino verdadero.

Hagamos luz, porque hay posibilidades de hacer luz, porque el hombre no es ciego. Lo pueden embrutecer con algunas de las cosas que dije aquí, y lo están embruteciendo: ¡Antídoto contra el embrutecimiento, que es mucho peor que el SIDA, es lo que hace falta! ¡Remedios contra el embrutecimiento! ¡Vacunas contra el embrutecimiento! Y esa vacuna la tienen ustedes, esa vacuna es la verdad, dirigida a un objetivo: a la razón del hombre y al corazón de los hombres.

No les está hablando alguien que se pare por primera vez aquí, o un estudiante de esta universidad hace más de 50 años, y a quien cualquiera habría podido tomar por loco, por soñador, por utopista. Y, en verdad, soy capaz incluso de darles la razón si me tomaran por lo primero, por pensar como ya pensaba en aquella sociedad, en aquel mundo en que vivía y en aquella universidad con 15 000 estudiantes matriculados, donde el macartismo y los medios masivos —la prensa escrita, el cine, la radio; no había todavía televisión—, las publicaciones, revistas, libros, con muy raras excepciones, moldeaban las mentes en el odio al socialismo, la admiración sumisa y lacayuna a la grandeza del imperio que "nos dio la independencia" que con tanta sangre conquistaron nuestros padres, de tal modo que, aunque siempre rebeldes, combativos e idealistas, el número de estudiantes universitarios antimperialistas conscientes se había reducido a menos de 50. Era la triste época en que la mente de todo un pueblo estaba bloqueada y engañada por los medios de divulgación en poder de la burguesía y los terratenientes aliados al imperialismo, servidores del imperialismo, lacayos incondicionales del imperio.

¿Acaso la inmensa mayoría de la actual sociedad norteamericana no está vacunada con la más eficiente vacuna del mundo contra todo lo que huela a socialismo, cuando las mentes han sido secuestradas y convertidas en receptoras de ideas inculcadas al estilo con que se inculca el gusto por un refresco o un cigarrillo llenándoles la cabeza de todos los absurdos prejuicios y mentiras del mundo?

Ese sistema económico, social y político, saqueador del mundo es el que nosotros denunciamos, el que nosotros impugnamos, al que nosotros le negamos el más mínimo derecho de considerarse sistema democrático, justo, humanitario; toda una inmensa mentira.

¿Quiénes pueden persuadir en el mundo? Los comunicadores, los que trasmiten mensajes, y cuanto mayor sea la eficacia, la gracia, el arte, la transparencia, la valentía con que, sin concesión alguna, los trasmitan, más personas conquistarán, más mentes se liberarán de la mentira.

Desde luego, no asustarse, no desanimarse, ese sistema no se salvaría ni aunque ninguno de ustedes escribiera una palabra en favor del cambio verdadero y vital.

Ellos a cada rato, cuando hablan de Cuba, hablan de cambio. Pretenden ignorar que el más grande cambio que ha ocurrido en mucho tiempo, y el más radical, es este con que Cuba ha logrado, incluso, no solo existir, sino resistir. Hablan de cambio, es la palabra de moda, y lo que está verdaderamente sobre el tapete, o lo que, al menos, constituye una urgentísima necesidad es cambiar este infame orden mundial existente, y cuando cambie, habrán cambiado todos los países del mundo, hasta la propia sociedad norteamericana.

Cualquiera que sepa un poco de aritmética, no voy a decir mátemática, sabe que no hay quien salve a esa sociedad de una crisis peor que la de 1929, mucho peor, cuando un 50% de los ciudadanos de ese país tiene sus ahorros invertidos en acciones de las bolsas de valores; en el año 1929 era solo un 5%.

Cambiará el mundo, nada podrá evitarlo. Pero nuestro deber es ayudarlo a cambiar, y cuanto antes mejor, sin esperar que la crisis se convierta en un big-bang, que todavía está expulsando estrellas hacia el infinito. Debemos aspirar no a un big-bang, sino a un big-change —y me he vuelto casi traductor de inglés, con lo mal que suelo pronunciarlo—, a una big-revolution (Risas y aplausos). Lo digo porque lo creo y porque es inevitable.

¿Quién tendría la razón cuando Luis Suárez me invitó aquí a hablar, o me estaba exhortando a hablar? Cuando él me presionaba y comprometía a dirigirles la palabra en la clausura del congreso, sin que yo supiera nada de lo que ustedes han hecho ni de lo que han discutido, con un manifiesto que ni siquiera pude leer o escuchar bien allí, yo lo que iba a decir aquí era: "Eso no es posible, porque aquí hay cosas demasiado serias y demasiado importantes para que yo vaya a esa tribuna a improvisar unas palabras."

No he hablado, simplemente me he dejado llevar por la atmósfera, la alegría de verlos a ustedes aquí, las convicciones que tengo de lo que pueden hacer, y por eso dije: "Bueno, les voy a contar un poquito de nuestro congreso de periodistas que tuvo lugar a principios de este año."

Hace unos días volvimos a tener un congreso, algo que se llamó un consejo ampliado. Pero, ¿saben? Invitamos a todos los delegados que habían estado en el Congreso y lo que tuvo lugar realmente fue un segundo congreso. ¡Con qué satisfacción allí se pudo explicar en el informe que se habían cumplido todos los acuerdos e incluso se habían sobrecumplido!

¡Ah!, se han convertido los órganos de prensa en órganos docentes, algo increíble e inconcebible, lo que se hizo con los médicos; ya tienen sus programas de enseñanza de computación y tengo entendido que a fines del próximo año todos nuestros periodistas pasarán al tercer milenio habiendo recibido un curso intensivo y eficiente en esta materia. Todos los periodistas dominando la computación, todos sin excepción (Aplausos); todos con posibilidades futuras de comunicarse entre ellos y de comunicarse con el mundo a través de Internet y a través de las computadoras, a nivel global, no solo nacional (Aplausos). ¡Qué bueno que nuestros compañeros periodistas se pudieran comunicar un día con sus hermanos periodistas de América Latina a través de la computadora y a través de Internet!

¡Ah!, todos, en un futuro no lejano, estarán estudiando un idioma, ya están cursándolo 200 de ellos; no había suficientes espacios, se buscaron, se adaptaron unos edificios y pronto habremos duplicado a 400 el número de matrículas en el estudio de un idioma. Como es lógico, fundamentalmente será el inglés, al cual no nos queda más remedio que confiscar, porque necesitamos un instrumento, y ya que ellos han impuesto el inglés en el mundo, no nos vamos a poner a inventar ahora un dialecto, los cuales, sin embargo, hay que respetar y preservar celosamente, porque son creaciones de la cultura humana; no lo digo, pues, con desprecio, pero no podríamos comunicarnos en un dialecto.

Otros idiomas son muy importantes, pero muy difíciles, por ejemplo, el chino. Por eso muchos de esos países estudian el inglés. Dominio de otro idioma, y dominio del inglés, y no será el único. Ahora solo lo que tenemos que calcular es el tiempo exacto en que los casi 3 000 periodistas cubanos dominarán un idioma, con excelentes laboratorios, excelentes programas, que no son, por suerte, muy costosos.

¡Ah!, ¿por qué hemos duplicado nuestra capacidad de matrícula? Ya estamos pensando no solo en cursos sobre las técnicas de escribir en términos periodísticos y otros conocimientos, sino, incluso, sobre las técnicas de narración. Todos los órganos de prensa, de radio, televisión, periódicos, convertidos en centros docentes, donde los periodistas estudiarán sistemáticamente. Los estudios de computación van a marchar rápido, porque bastan para ello 40 ó 50 centros; aparte de las escuelas, aparte de los cursos directos y casi especializados de computación, estarán los cursos en los propios órganos de prensa.

Todas estas ideas se han ido desarrollando, y a medida que vemos el éxito en una de ellas, añadimos otras ideas y las desarrollamos.

Tenemos mucha esperanza en este camino, en la posibilidad de elevar al máximo posible el nivel de nuestros comunicadores. La bibliografía que haga falta, en todos los lugares donde haga falta. No les podemos enviar 2 000 ó 3 000 volúmenes a cada periodista, pero sí disponer de lugares donde haya equis número de los volúmenes no solo sobre periodismo, sino sobre conocimientos culturales generales.

No lo tomen como un chovinismo, como una vana y pueril ambición; pero les puedo asegurar algo que deseamos para nuestros periodistas y que ojalá fuese posible para todos los periodistas de América Latina y para todos los periodistas del mundo: que nuestros periodistas se constituyan, con el transcurso del tiempo, en un contingente que pudiera calificarse como el mejor preparado del mundo. No voy a decir que los mejores del mundo, que es muy diferente a decir, como conjunto y como promedio, los periodistas con mayor preparación del mundo, para trabajar por el mundo y para el mundo, para librar una batalla universal.

¿Se quieren óptimos reporteros? Envíelos allá donde hay algo que reportar, allá donde están los médicos, allá donde esté cualquier grupo humano haciendo cosas extraordinarias. ¡Ah!, no tenemos los millones de las transnacionales; no, no tenemos capital financiero, pero tenemos ya un excelente capital humano.

Los médicos de que les he hablado y que ya están trabajando en número muy superior a 1 000, y que en un tiempo no lejano serán unos cuantos miles, expresan ese capital humano capaz de marchar a los lugares donde no irían, como regla, los médicos de los países industrializados.

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